jueves, 22 de julio de 2010

Claudio César Adur

Claudio César Adur fue detenido y desaparecido el 11 de noviembre de 1976 junto a su esposa Bibiana Martini. Claudio era Profesor de Historia del Arte y periodista. Como docente e investigador había fundado, junto a otros compañeros, el Centro de Estudios e Investigaciones Artísticas. Fue militante de la JUP y uno de los responsables de la carrera de Historia del Arte. Al momento de su desaparición no había cumplido los 25 años.

Claudio constituye un caso representativo de su generación. Combinaba la pasión por el arte, una sólida formación intelectual y un compromiso político militante. Quizás, si jóvenes como él hubieran podido desarrollar su actividad docente, artística, intelectual y política, otro sería nuestro presente.

En esta muestra proponemos una “autobiografía”: a través de cuadros, poemas, imágenes, dejarlo contar su propia historia.

Testimonio de Alejandro Maudet

Testimonio de Alejandro Maudet, amigo y compañero de militancia de Claudio.
Este texto está compuesto por una serie de mails que intercambiamos en el transcurso de varias semanas y que reunimos para componer el testimonio.

Es para mí una gran alegría que me contactes para hablar de Claudio. Nina y tu tío eran también amigos míos y no solamente compañeros de militancia.

La casa de tus abuelos además tenía una atmósfera particular, estilo «burgués » de principio de siglo XX casi XIX, y al mismo tiempo de una modernidad de costumbres que no era nada común en La Argentina de esos años. Una libertad de tono y de alegría y savoir vivre muy « rafraîchissante » como se diría en estas tierras. Claudio era todo eso, sumado a su militancia en el peronismo y en la JUP.

Podría pasar horas escribiendo, y me iría por las ramas.

Lo que si me acuerdo ahora es una manifestación magnífica que se hizo en París en 1981/82-escenas de esa manifestación aparecen en la Película de Solanas « El exilio de Gardel »-sobre la desaparición de artistas y intelectuales en Argentina; había una banderola por cada uno de los 300 desaparecidos, con un retrato, dibujo o foto: Pude llevar un tramo la de tu tío hasta el jardín de la Tullerías donde terminaba esa enorme manifestación.
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Yo comencé a conocer al tío de Uds. cuando empecé a militar en Filo. Yo colaboraba con gente de la FAR y luego de la 1a vuelta de Perón a la Argentina, cuando comenzó la campaña electoral que elegiría a Cámpora, los que tenían una vida legal tenían que militar en "los frentes de masas"; yo preferí hacerlo en la Facultad, antes que en barrios.

Filo estaba compuesta por dos carreras "grandes" Sociología y Psicología, carreras con mucha actividad política de izquierda pero también del peronismo radical. Las cátedras nacionales nacieron en Socio enfrentándose con las posiciones o del PC o de los grupos de la izquierda troska y afines. En las carreras "chicas", o sea Letras, Filosofía, Historia del Arte, Antropología, Geografía no había casi actividad política y aún menos del peronismo. Para "salvar" dichas carreras "no contaminadas", habían sido trasladadas al hospital de Clínicas, que existía entre la facultad de Economía y la de Medicina, o sea que teníamos clases en un hospital abandonado; hoy sólo queda la estatua de no sé quién y la iglesia...

Cuando yo aparecí la JUP ya existía, y no me acuerdo de dónde venia el Turco. Claudio militaba en una agrupación universitaria peronista que después confluyó en JUP.

En la carrera de historia del arte Claudio oficiaba de "comisario político" y era bastante tajante, tenía peleas homéricas con el director de la carrera que, si no me equivoco, era Luis Felipe "Yuyo" Noé, un artista plástico bastante conocido. Eran conflictos estéticos y políticos que provocaban discusiones enormes. Había otro responsable o profesor de la carrera que tenia también peleas terribles aunque eran todos del mismo bando. Se trata de Vicente Zito Lema que es un poeta bastante conocido en baires...

Éramos entonces militantes de la JUP y al principio dos o tres personas eran los enganches con los montos. Hay que tener en cuenta que con la campaña electoral y los resultados electorales, la fuerza organizada que era, sobre todo en las carreras chicas, de muy poca gente y de una militancia clandestina o cuasi clandestina, en un medio estudiantil generalmente no peronista sino gorila, se encontró debiendo generar políticas mas académicas y mas específicas que las de sola propaganda política. De hacer propaganda política de lo que pasaba en el País hubo que pasar a tratar de hacer política para la universidad y para cada una de las carreras.

Gente como el Turco, como Roberto Bein y otros como yo, que conocíamos un poco de las carreras adquirimos entonces un rol importante sobre todo porque los "cuadros" que militaban en la universidad fueron aspirados por la política afuera de la universidad.

Hay que saber que luego del Golpe del 66 y la renuncia de multitudes de profesores, el nivel de las carreras chicas era lamentable, del siglo XIX, y de una mediocridad espantosa. Era además una cueva de nazis, en Antropología estaba, por ejemplo, un francés Jacques Marie de Mahieu, que había sido Coronel de la Legión Charlemagne, integrante de los SS nazis...

En esos años era bastante habitual que en carreras como las nuestras, con el nivel desastroso de los profesores desde la intervención militar de 1966, los alumnos mas inquietos se reunían con profesores o entre ellos par estudiar y leer y comentar todo aquello que en la facultad no era dado. Por otra parte gente como el Turco, que venía del Nacional Buenos Aires, tenían un nivel de conocimiento muy superior al de la mayoría de los estudiantes. Todo esto para tratar de explicar que ante la situación nueva, el triunfo de Cámpora y la universidad en manos de los Montos, gente como Claudio se convirtieron en referentes en la facultad y en la estructura política de la JUP.

Hubo un fenómeno, además, de referencia masiva de los estudiantes ante la JUP. En las elecciones de centro de Estudiantes, la JUP no solamente arrasó sino que votaron más del doble de los estudiantes que lo hacían anteriormente. Eso creó una exigencia muy grande, rever de arriba abajo los programas de cada carrera, inscribirlos en una modernidad que las carreras chicas no tenían. Un ejemplo en mi carrera, Paco Urondo escritor y cuadro militante de las FAR, es nombrado interventor de la Carrera de Letras.

La dirección de Filo de la JUP me llaman y me informan que van a nombrar en literatura francesa un viejo español exilado del franquismo, un tanto liberal, así que yo iba ser nombrado asistente de trabajos prácticos para ver que hacía. Resulta que ese profesor era Manolo Lamana, profesor mío de literatura francesa en la Alianza Francesa y que ese mismo día me propone de ser su asistente en la facultad ya que lo nombraban.

En lo que concierne la Facultad de Filo se elaboraron programas que permitieron respirar un aire totalmente diferente al que existía desde el 66, desde Onganía. Se hizo a los ponchazos, con grandes errores, pero se hizo. En lo que va por Letras respecto del programa anterior, todo era mejor que lo anterior.

Debo recordarles que estamos en 1973, y que yo no tenía 24 años y tampoco Claudio...

No sé que edad tienen ambos, pero es probable que tengan más años que Claudio o yo en el 73-76. Imagínense lo que podía ser tener menos de 25 años, ser parte de un proyecto político en ese preciso instante triunfante, todavía estudiantes y decidiendo de planes de carrera, todo viento en popa. Los despertares fueron luego tan terribles como grandes y anchas aparecían las avenidas de nuestras utopías.

Respecto del nivel de enganche con la Orga. La JUP presentaba una estructura piramidal de 4 a 5 niveles antes de llegar al primer estamento de Montoneros. Según los años el primer nivel en Montos correspondía al responsable de una facultad y luego al de un bloque de facultades. El turco no fue entonce nunca miembro del "partido" Montoneros. Ambos fuimos "aspirantes" a serlo.

En los barrios la estructura podía ser mucho menos vertical, se podía ser oficial montonero, 1er nivel en el partido, con una estructura debajo de 10-15 personas. En JUP yo era responsable de Filo con en un momento mas de 40 personas "debajo" y era aspirante.

Los responsables de la JUP antes de Cámpora en su mayoría se fueron a territorio u otras funciones, y gente como Claudio y Roberto Bein o yo, "ascendimos". En esos momentos entró en la JUP de FILO una agrupación de izquierda, un estribación de la "L"; las FAL fueron un movimiento armado de izquierda que se dividía todos los días, la partogenesis aplicada a la política, Carta Abierta. Nina provenía de esa agrupación.

Lo veo a Claudio, en su casa, con la Negra, Nina y tantos otros, leyéndonos el futuro en la borra del excelente café que se tomaba en lo de tus abuelos.

Una pregunta que varias veces me han hecho, gente que preparaba tesis sobre los años setenta es como se llegaba a militar en el peronismo siendo en general de familias no peronistas. Mi familia era totalmente gorila. A mi viejo Perón lo había echado del profesorado de francés en Catamarca porque no era peronista; un tío cordobés fue comando en la "libertadora" en el 55. El padre de la segunda esposa de mi padre era capitán de navío y decía a mi viejo que yo era muy díscolo y que si no me reprimía me iba a convertir en comunista, o peor, en peronista.

Para muchos jóvenes de clase media ser peronista era romper con el espíritu gorila extremo de las familias. Hay un libro que permite de comprender el deslizamiento desde la desilusión frondizista a las organizaciones armadas vía la revolución cubana que es el libre de Paco Urondo "Los pasos previos". El libro del sobrino de Lanusse sobre los montos, el mito de los 12 fundadores permite ver otra de la vertientes de lo que fue el setentismo.

Todo esto me hace recordar que alguna vez hablamos con su tío de como empezó a introducirse en el peronismo y en el caudal que fue montoneros.
Según lo que me acuerdo Enrique LYNCH y su compañera Estela fueron fundamentales. Enrique era compañero de promoción en el Nacional Buenos Aires de Firmenich, creo.

El hecho que del punto estrictamente de escalafón no fuéramos montoneros no quiere decir que respecto de nuestra base y de nuestra zona de influencia no pasáramos por tales. Para los milicos, de todos modos, lo éramos.

Cuando me metieron en cana, después que Otalagano fuese nombrado rector de la UBA y que un cura fue decano de FILO, ya sin las carreras de Psico ni de Socio, en la comisaría un día después me preguntaron por un primo mío, 15 años mas grande que yo, que estaba siempre prófugo puesto que había escapado en el monte en la experiencia malograda de Masetti. Todo esto lo cito para decir que las fichas de los milicos estaban muy al día. Me parece importante para poder tratar de decir de por qué desaparecieron Claudio y Nina.

Respecto de las anécdotas de la facultad, el cura que fue decano de la facultad, pasó por todas las aulas bendiciéndolas con agua bendita para exorcizar el demonio marxista…

Durante el periodo de Cámpora hasta digamos la muerte de Perón, la fuerza que arrastraba Montoneros iba ganando más y más importancia. El problema eran los cuadros para dirigir toda esa masa que se incorporaba de manera masiva y espontánea. No había un trabajo político de masa y de base que lo justificaba, era el prestigio de montos que lo provocaba.

Para los integrantes de origen de FAR y Montos, acostumbrados a la clandestinidad y a una actividad que no era, para la mayoría de ellos, engarzada en un trabajo de masas, este fenómeno de irrupción espectacular de millares de militantes fue muchas veces calificado de "engorde".

La experiencia de violencia que se preparaba, y eso era claro desde Ezeiza, era percibida por los cuadros de la M, pero podía ser interpretada trágicamente como un retorno a los orígenes, acción militar, guerrilla, propaganda y clandestinidad. Había entonces que foguear esa masa militante en la violencia y guerrilla urbana. Yo creo que ese aspecto era correcto, pero lo terrible es no haber tenido la capacidad de ver cómo preservar esa base multitudinaria. Es posible que nada fuese posible, que de todos modos la masacre y la cacería fueran a tener lugar.

En ese cuadro de acciones de violencia urbana en fechas como el cordobazo, o la masacre de Trelew, hubo campañas de destruir concesionarias, cortar calles, etc. En una de esas acciones es raptado y asesinado el primer estudiante de Filo, de Sociología, Juan Pablo Wexina. En una de esas fechas Claudio y el Gordo Gadea debían asegurar la retirada de una manifestación relámpago tirando en la calle para cortar el tráfico botellas molotov. La mala suerte fue que cuando tiraron las molo cayeron delante de un patrullero de la policía que no habían visto y que casi es incendiado con los policías dentro. El Turco y el Gordo fueron capturados y pasaron una muy mala noche en una comisaría hasta que se los encontró y se logró hacerlos salir. Fueron golpeados salvajemente pero sin que quedaran señales en la cara o en el cuerpo, pero hubo, sino me equivoco simulacros de fusilamiento. Creo que no era todavía la época de Isabel y fue posible hacerlos salir sin juicio, pero los canas habían pasado un susto cuando las llamas habían tocado el patrullero, y sabiendo que serian liberados los cascaron duramente.

La etapa Cámpora- Juan Perón, calificada despectivamente de engorde por algunos sacó de la clandestinidad o del anonimato a muchísima gente. Cuando la cosa empezó a empeorar pero la actividad política legal, institucional todavía continuaba, era imposible que todos se sumergieran en la clandestinidad puesto que había que mantener, en nuestro caso hasta la aparición de Ivanissevich como ministro de educación de Isabel, las facultades en funcionamiento. Lo que no quería decir que no había que tomar medidas de seguridad, mudarse de la última dirección conocida, no comunicar a la familia y allegados la nueva dirección, medidas de contraseguimiento, etc, etc.

Para aquel que había conocido la clandestinidad, es decir que había sido buscado y que había tenido que habituarse a la vida clandestina, volver a esa situación podía aparecerle como muy difícil pero sabia como funcionar. Pero aquellos que habían podido militar bajo Lanusse o aún antes, pero que no habían sido clandestinos por mas que actuaban con organizaciones clandestinas, que eran anónimos, desconocidos por la represión y los organismos de inteligencia, asumir una práctica integralmente en la clandestinidad, trabajo, vida personal, etc, era mucho mas difícil de aceptar y de asumir. Peor aún para aquellos que se habían incorporado a la militancia desde la democracia y que no conocían sino una práctica abierta, legal por más que adherían a la "guerra popular y prolongada", que no conocían nada de la clandestinidad. Si a eso se suma la extrema, en definitiva, juventud de muchos de ellos, se puede concebir cómo tuvo lugar la represión, mas allá de los errores, que los hubo, de las organizaciones armadas.

La represión comienza con Ezeiza cada vez más rápidamente. Era imposible de buenas a primera abandonar de repente todo y pasar a la clandestinidad o dejar de mantenerse en las estructuras institucionales que se controlaban. ¿Cómo asumir una clandestinidad inevitable sin perder la práctica militante?

Pero todo esto no quería decir que aquellos que habían jetoneado y que no podían de buenas a primera abandonar los roles expuestos no tomasen medidas elementales de seguridad: mudarse, alojarse donde la familia y los amigos no supieran, cambiar de trabajo, practicar el contraseguimiento a cada instante. No fue evidente para muchos.
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Ahora estoy como varado porque tengo que hablar de la caída de Claudio, de las razones de su caída y del peso que lo que diga pueda influir en esa desaparición que provoca en la familia, el silencio, el dolor oculto, la pena inextinguible, el duelo imposible sin cuerpo ni sepultura. Entramos en una tragedia griega, un cuerpo sin sepultura fuera de los muros de la ciudad. Cumplen el rol de Antígona. Empecé dos veces a escribir y las dos veces se me borró inexplicablemente.

Después de la paliza que recibieron el Gordo y Claudio dejaron de militar. En la jerga de la época "se quebraron". Nina siguió militando un tiempo pero también largó.

La situación se volvía día a día mas complicada, y se agravó con la muerte de Perón. Para la gente que había sido clandestina y buscada antes de Cámpora, volver a la clandestinidad era muy pesado pero estaban convencidos que no había otra posible, conocían como era la clandestinidad y como asumirla.

Cuando Claudio se quebró, como también fue el caso del Gordo Gadea, estudiante de historia y ex seminarista, estaba ya graduado y como era alguien brillante, conseguía laburo más allá de la facultad. No fue enseguida que decidió parar su militancia, creo que no tenia aún 24 años y creo que se puede decir que militaba o participaba desde por lo menos el último año del secundario, un período largo y fundacional para cualquiera.

Cuando me doy cuenta de las edades que teníamos y del abismo que nos acechaba, tan portentosa y soberbiamente jóvenes y con la mera muerte en el umbral.

No creo que le haya sido fácil decidirlo, todo lo contrario. Podíamos contarnos todos los pormenores y detalles de nuestra vida sexual y sentimental, discutir horas de política, pero el pudor fue extremo en lo que concierne la decisión de dejar de militar.

Estaba en pareja con Nina, había sido para Claudio un descubrimiento encontrarla. La relación anterior con Tiza, Marta Fernandez, de la carrera de Historia del Arte también, había sido tórrida y tormentosa, llena de idas y venidas; Nina le aportó para empezar una amistad, que se convirtió luego en una relación amorosa y sensual como nunca había tenido. En una palabra Bibiana lo dio vuelta, y como alguna vez me lo dijo: “-Me aprendió a ser feliz y jamás me quisieron tan bien”.
Es un primer dato importante: antes de desaparecer fue muy feliz, fueron enormemente felices. No está dado a todos. ¿Cuánta gente cruza toda su existencia sin saber amar o haberlo sido?

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El término de "quebrado" tenía que haberlo utilizado entre comillas, son términos terribles de la jerga de entonces, como "perejiles" también.

En realidad como decía un viejo militante de la Guerra de España, la militancia es una carrera de postas, a un momento hay que saber pasar la tarea y saber parar.
Desgraciadamente, hay, hubo, una concepción "religiosa" de la militancia, demiurgos mesiánicos de la revolución. Es difícil militar desde una concepción "laica" digamos, pero es un vasto tema.
Para cortar un poco la solemnidad de esto que estoy escribiendo y poder respirar un poco; me parece apropiado contar un episodio único de Claudio después de haber caído en cana.

Tenía un côté dandy y casi snob que nos divertía mucho. Creo que para su graduación sus viejos le habían regalado un juego de lapicera, lápiz y birome Parker muy lujoso que le llevaba a todas partes y con el cual tomaba notas muy prolijamente en nuestras reuniones de ámbito. Nos divertíamos en robárselas o usar la lapicera para revolver el café o los hielos de la coca por ejemplo; se ofendía a muerte.

Cuando lo arrestaron, por supuesto tenía consigo ese juego de lapiceras y por supuesto cuando lo liberaron y llegó a su casa, descubrió que evidentemente se las habían afanado en la comisaría. Ni lerdo ni perezoso, unos dos o tres días después se presentó solito a la comisaría a reclamar la devolución de sus amadas lapiceras. Imagínense la sorpresa de los canas: a pesar de la paliza y de la amenazas que le habían hecho, Claudio perfectamente empilchado y absolutamente atildado y elegante como podía serlo, exigiendo indignado, pero totalmente educado, la devolución de esos ridículos artículos de escritorio. Se los devolvieron.
Ahora que escribo esto me doy cuenta el valor de Claudio, de volver a ese lugar de humillación y dolor, su acto de exorcismo. Recuperar sus lapiceras (pero no me devolvieron el estuche, nos decía), limpio, elegante y educadamente, debía servir para demostrarles que él era ése que se plantaba frente a ellos exigiendo la devolución de una futilidad como sus lapiceras de plata. Era tratar de borrar, gracias a esa actuación, el miedo que seguramente había sentido. Contárnoslo a sus compañeros de ámbito, escuchar nuestras risotadas, debe haber querido poder volver hacia nosotros después de la terrible soledad de ser objeto de violencia, encapuchado, medio en pelotas, sudando el miedo.

Pero no nos dimos cuenta, solo ahora me doy cuenta cuando se los escribo. Como pedirle perdón
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El Turco conocía perfectamente las reglas de seguridad para aquellos que habían sido reconocidos como militantes y/o dirigentes de JUP y de la galaxia montonera. Mudarse a una nueva dirección, cortar totalmente con la familia y amigos, no comunicar sus nuevos datos a nadie, dejar el trabajo si era de años antes.

Que los jentoncitos que éramos hubiesen podido ser seguidos por los servicios era obvio, como evidente también que botones estaban infiltrados en la JUP. Todo eso era incontestable, pero era harina de otro costal dejar de trabajar en lo que uno estaba formado y presentarse a un laburo administrativo diciendo que uno solo tenia el bachillerato.

Al Turco en el ámbito le habíamos dicho que tenia que rajarse de lo de sus viejos y que su familia no tenia que saber su nueva dirección; mas aún después de haber caído en cana. Cuando se mudó, no se en que momento respecto de su caída en cana, fue con Nina que seguía militando unos meses. Las discusiones fueron sobre la inseguridad de esa nueva dirección puesto que ambas familias la conocían.
El hecho de no militar, de nuestra clandestinidad y la ausencia por su parte de considerar su fragilidad hizo que no nos viéramos casi nunca. Era peligroso para él verme, era peligroso para mí también.

Quizás para Claudio abandonar todas esas reglas le permitía retomar a una vida ordinaria y ejercer en su profesión, volver a la normalidad. No integró, desgraciadamente, que su malogrado tiro de molotov al patrullero lo marcaba más que a mucha gente, y que el hecho de ser un Adur como el cura que hizo la misa de cuerpo presente de los fusilados de Trelew y miembro de Montoneros, futuro capellán del « ejercito montonero», lo ponía en las primeras listas de gente a hacer desaparecer. En una de las últimas veces que nos vimos fuera de la militancia, le dije que era una locura querer vivir en la normalidad, y que lo mejor era que se fuera del país; pero pensaba que como su viejo trabajaba en la embajada del Líbano era intocable.

¿Pero que hubiese pasado si se hubiera ido del país o hubiese respetado todas las reglas de clandestinidad a la letra? La tragedia argentina, que los padres sobreviven a sus hijos, y que no los pueden ni enterrar ni vivir el duelo, estaba ya instalada. Como pasó en otros casos, se llevaban a otro hermano si no encontraban al buscado.

Si no hubiesen sabido la dirección de Claudio y Bibiana, quizás ahora, Lucas, no estarías leyendo estas líneas; y Claudio quizás estaría vivo con el desgarramiento de la muerte en su lugar de su hermano, y pensando cada vez que mirase a sus hijos cómo hubieran podido ser sus sobrinos.

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Yo me fui de Baires en agosto del 76, deserté, me instalé en Montevideo donde nació en el 77 Mariano, mi primer hijo. Como era previsible, al cabo de unos meses se formó un grupito de argentinos también rajados. Había una pareja los Logares, cuya hija Paulita fue una de los primeros nietos recuperados. Justo antes del Mundial los levantaron y nosotros, Claudia, la madre de Mariano, y yo nos rajamos a Sao Paulo. Allí hubo divorcio, depresión y problemas de seguridad (en esa época cayo el cura Adur en Río), así que me refugié en la delegación del ACNUR y conseguí asilo en Francia adonde llegué en 1980. Y aquí estoy todavía, habiendo cumplido más años que los que viví en la madre patria.

Es una historia recurrente, mi viejo nació en París hijo de exilados anarquistas argentinos; mi abuela, cuando se anunciaba la 2a guerra mundial, se volvió a la Argentina con mi padre y la historia vuelve a repetirse. Trabajo desde hace años en un sindicato de inquilinos, soy asistente jurídico y parece que me consideran como bastante bueno en mi área, los propietarios me llaman le "maudit" por la manera que tengo de cagarlos. No gano mucho pero me alivia haber mantenido una línea más o menos coherente con mis ideas.

Tengo finalmente cuatro hijos, además del mayor que ahora es brasileño y que me ha hecho abuelo de una Manuela de 6 años. Luego viene Lucas de 29 años ya, Yoan de 25, enamorado de la Argentina y hablando castellano con acento cordobés, odia Baires, y le encanta vivir en las sierras de Córdoba, en Nono. Este galo-cordobés es el fruto de unos amores con una aborigen gala, Lucas es hijo de una brasileña. Finalmente estoy amancebado desde hace ya 14 años con una argentina-francesa, Pascale, con la que tengo otro varón, Aureliano Nahuel, de 9 años.

Apenas me fugué de Argentina, me sorprendí diciéndome que volvía a ser mortal. Una soberana estupidez, nunca dejas de serlo. Nada ni nadie te salva, ya que no hay salvación: "Todo bicho que camina va a parar al asador".
Se milita por las ideas no por la dinámica que engendra militar, hay que desconfiar siempre de todo poder que uno pueda poseer. Bah, quizás solo sea un rasgo de mi personalidad, mi lema seria el de Groucho Marx: "Yo no puedo ser socio de un club que me acepta como miembro". Hay que tratar de mantener una ironía, una distancia consigo mismo y con el mundo.

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Releo tu mail, que me parece de hace mucho mucho tiempo.
Escribir sobre Claudio, leer los testimonios del blog, descubrir un sentido posible al episodio de las lapiceras cuando lo describo, me sumerge en un espacio detenido en el tiempo.

Pero te escribo porque me acordé de la madre de Claudio, muy elegante y pispireta. Grandes jugadores de cartas, me acuerdo llegar con Claudio de madrugada y encontrarlos a los viejos, mi edad ahora, ensimismados en una partida de cartas.

Un día llegamos muy tarde a la casa de Claudio yo con Claudia, creo, y nos dijo que nos podíamos quedar a dormir. Para nosotros era obvio que los padres de Claudio no estaban. A la mañana, acordate que éramos muy jóvenes y las hormonas estaban a pleno, estábamos dedicados a tareas non sanctas, cuando tres toquecitos en la puerta, se abre ésta. ¡Y aparece la madre con la bandeja del desayuno! ¡Augurándonos buenos días! ¡Qué susto nos dio!
Eran todavía épocas solares

martes, 20 de julio de 2010

Testimonio de Silvia Malagrino

Claudio.
Conocí a Claudio en la Alianza francesa en una clase de literatura. Cursábamos el quinto año de francés con Amelia Fernandez Auterlitz, en el año 1968. En ese primer día de clase, yo me senté en el medio de la sala, ni muy atrás ni muy adelante, para mezclarme entre los otros alumnos y no hacerme muy visible. En la sala de clase había un fila de bancos de a uno, hacia la derecha de donde estaba, note inmediatamente la presencia de Claudio, porque el eligió sentarse solo, no en el medio de la clase como yo, sino en la hilera de bancos de a uno. Note su presencia también porque estaba vestido de una manera muy conservadora para la época, tenía el cabello refinadamente cortado, peinado para atrás y bien corto, pulcro al máximo y llevaba traje y sobretodo. El traje creo que era, un saco azul y pantalones grises, en la solapa tenia uno de esos botoncitos insignias del Nacional Buenos Aires. El sobretodo parecía de tweed ingles, grisáceo o azul gris. Impecable. Note sus ojos grandes, marrones, intensos, penetrantes y brillantes, chispeantes, sus cejas espesas, su boca carnosa, su perfil de rasgos de ascendencia árabe. No era my alto, quizás 5'7 o 5’8. En esa época también él tenia unos kilos de más, posiblemente debidos al desarrollo hormonal, el tenia 16 años, yo 18.

En la clase, teníamos que presentarnos en francés, y me impacto su francés pulido al máximo, un manejo de la lengua que iba mas allá de lo habitual para esta clase. A Claudio le gustaba demostrar su inteligencia y conocimiento, estaba orgullosísimo de ser estudiante del Buenos Aires, y de alguna manera te lo dejaba saber con un estilo que podría tomarse como aristocrático, pero sin arrogancia. También hablaba ingles, algo de alemán, o entendía alemán, pero el francés le apasionaba. Nos conectamos inmediatamente, porque a mi también me gustaba hacer notar mi conocimiento, y no me quedaba atrás para nada. No establecimos rivalidad intelectual, al contrario se trataba de jugar con el lenguaje, la poesía, penetrar las ideas, explorar los conceptos y sobre todo ganarse un lugar en la clase a través de la expresión, y ganarse la aceptación de la profesora, por supuesto.

Cuando hacíamos análisis de los textos en francés, Claudio hacia conexiones sorprendentes con otros textos y otras ideas. Me acuerdo que un día se apareció con el concepto del “Carpe Diem.” – “Gozar del día.” Para ese entonces ya habíamos establecido amistad y ahora nos sentábamos juntos, en el medio de la clase. Recuerdo el “Carpe Diem” famoso de Claudio porque desato una disputa visceral, existencial. Entre el y la profesora que por su parte propuso reflexionar también en el “memento mori.”-recordar la mortalidad.

Claudio sostenía que había que vivir el momento, hacer lo mas y mejor del presente, del aquí y ahora. Recuerdo su pasión por las ideas, la literatura, la pintura, la música. Cuando hablaba su cuerpo vibraba. Tenía una sonrisa bien amplia, sensual.

Leímos juntos a Guy de Maupassant, Víctor Hugo, Marcel Proust, Colette, Rimbaud, Flaubert, Andre Gide, Blaise Pascal y otros.

Le encantaban los libros, la textura de ellos, del papel con los que estaban impresos, el olor del papel de los libros. Le gustaba personalizarlos con su nombre. Se había hecho hacer un sellito con su nombre, también compraba Ex-Libris (el me introdujo a los Ex-Libris, le encantaban los distintos diseños). Me presto el tomo uno y dos de Víctor Hugo Notre Dame de Paris. Una edición especial de tapa dura impresa en Edimburgo. Me dijo que era de la biblioteca de su padre y que se los devolviera cuando terminara con ellos, pero no hubo tiempo, o no se dio así.

En la Alianza hicimos otros cursos y entramos juntos a Facultad de Filosofía y Letras. En el año de introducción a la facultad cursamos Introducción a la Literatura con Antonio Pages Larraya y estudiamos juntos todo el tiempo.

Para ese entonces, el 71, Claudio había hecho un viaje a Bolivia y Perú y empezaba a interiorizarse más con la realidad Latino Americana. Me escribió dos cartas que conservo. Cuando volvió de ese viaje, hizo una reunión en su casa, era verano y de noche, la casa de los padres me parecía hermosa. Si la memoria no me falla, tenia un jardín de invierno con ventanales a un jardín exterior.

Conocí a su familia, sus hermanos, su tía Salome. Esa noche hacia mucho calor, Claudio había cambiado, ya tenía 20 o 21 años y se había transformado en un joven esplendoroso, más delgado, se dejo crecer la barba y los cabellos, tenía un cabello negro hermoso enrulado, una barba que no le terminaba de crecer bien. Me dijo riéndose a carcajadas que una gitana lo había parado en Bolivia, agarrado por la barba diciéndole "tienes barba de vagina" por lo parecido de su barba al pelo pubico. Me dijo que algún profesor o compañero le enseñó entonces que tenia que dejarse crecer la barba, afeitársela y dejársela crecer de nuevo con más fuerza y que pronto lo lograría, y lo logro. Le gustaba tocarse los bigotes, llevárselos hacia a los labios y entretenerse con ellos cuando pensaba o fijaba su mirada reflexionando.

Esa noche de verano, Claudio estaba radiante después de su viaje, había sacado diapositivas de Bolivia y Perú y me invito a verlos con su familia. Se había vestido con una camisa blanca y pantalones negros, no tenia todos los botones de la camisa prendidos o sea que se le veía un poco el pecho, bien sensual. Hablaba de Machu Pichu, y me contó que paso una noche entera en el Mirador, dijo que al atardecer bajaban las nubes por las montanas y Machu Pichu quedaba suspendida en un colchón de nubes. Me dijo “tenés que ir, allí están las puertas del cielo."

Estaba fascinado con el olor de las montanas, la jungla, con el rocío. Me hablo de Tihuanaco, donde esta la puerta del sol y de la luna, y que se quedo allí también deslumbrado esperando al sol y a la luna.

Empezamos a estudiar Introducción a la Literatura y empezamos a noviar. Fuimos juntos a ver la película “Woodstock” que le fascinó. Ese día me pregunto si yo había fumado marihuana. Me contó que el lo había hecho una vez en el jardín de su casa y que se había sentado al pie del árbol del jardín y que había escuchado los sonidos que hacían las raíces en la tierra.

Yo frecuentaba mucho su casa, generalmente estudiábamos allí, me enseñó a preparar el café turco, y trataba de leer la suerte en la borra del café. Me dijo una vez que en mi taza vio a un pavo real y que era un buen signo, un signo de la suerte. Le encantaba preparar el café con un recipiente de cobre o de bronce. Tomábamos café, estudiábamos a lo loco, tratando de sobresalir y ganarse a Pages Larraya.

Frecuentábamos el café enfrente de la Alianza Francesa, el entonces "Canton Chino," allí nos veíamos antes de ir al curso, allí me hizo un dibujo en una servilleta, su autorretrato, lo titulo: "sol amante de luz". Le encantaba dibujar y empezaba a hacer unas pinturas entre figurativas y abstractas, empezaba a realizarse como artista. Una vez me dijo que el amor era como las naranjas que tiene su perfume y su sabor.

En esa época yo no había decidido mi orientación sexual, ambigua por entonces, todavía no me había declarado ampliamente gay. Pero sentía por Claudio una pasión desenfrenada y también dolorosa, porque la relación se iba haciendo cada vez más íntima y con más demanda de compromiso que yo no tome.

Decidimos separarnos, no noviar mas, seguir siendo amigos pero no novios. Así lo hicimos. Nos despedimos del noviazgo en el parque San Martín, debajo del inmenso gomero.

En el 75, desaparece por primera vez un compañero de letras, Juan Carlos Higa, el Japonés.

Yo me ya me había desilusionado mucho antes con el peronismo en Ezeiza. Había ido con otros amigos y millones de gente a esperar al General. Estábamos a treinta metros del palco. Habíamos salido muy temprano, caminando por la ciudad hasta llegar a Ezeiza a eso de las cinco de la mañana. Ya para entonces creo que habían empezado los tiros, había confusión, hubieron avalanchas, muertos. Pero la gente seguía allí, cantando, compartiendo comida, preguntándose que pasaba. Perón no bajo en Ezeiza, y la gente comenzó a desmovilizarse. Caminando despacio alejándose de regreso a sus casas. Me impacto el orden civil del momento. En esa época yo ya estaba relacionada con los curas del tercer mundo, la teología de la liberación, la pedagogía de Pablo Freire y el marxismo. No la guerrilla.

En la universidad, Claudio estaba militando. Tuvimos una charla ideológica fuerte, disentimos. Compartió conmigo que estaba de novio con Bibiana, y que estaba muy contento; yo vi a Bibiana una sola vez en la facultad. Pero no llegamos a tratarnos.

Con respecto a su militancia no supe concretamente cual era su compromiso político, como "militaba". Esa parte de el no la viví de cerca. A pesar de que discutimos en varias oportunidades no sentí adoctrinamiento, no bajo conmigo su línea política concreta. Esto me ha intrigado siempre. Mi vivencia de Claudio es que estaba conectado con la idea de cambio social, con las perspectivas y las posibilidades de libertad de pensamiento y expresión, con la posibilidad de creación de un mundo distinto y esa posibilidad lo hacia feliz, creo.

La última vez que vi a Claudio fue en la universidad cuando dimos los exámenes de emergencia de literatura latinoamericana, antes de que cerraran la facultad después del golpe. Claudio estaba radiante, feliz con su amor por Bibiana y porque con ese examen se graduaba con la licenciatura en historia del arte. Ya había empezado a escribir y a hacer crítica literaria. Yo le comente que pensaba irme del país. Así nos despedimos y nos vimos por última vez.

En el 78 finalmente yo resuelvo irme de la Argentina. Caminaba por las calles y sentía olor a muerte. Dos días antes de irme pensé en despedirme de Claudio sin saber que había desaparecido. Llame a la casa de los padres. Me atendió la tía Salome, pregunte por Claudio. Sentí un silencio abismal del otro lado del auricular, repito palabras, digo quien soy, repito que quería despedirme de Claudio, Salome titubeo - "¿pero vos no sabes? a Claudio se lo llevaron en noviembre" y mas silencio, yo no se que le respondí, no creo que haya dicho nada quizás haya dicho "disculpe, no sabia, adiós" y ella respondió, "adiós."

La película que hice con Mónica Flores Correa, Burnt Oranges – “Naranjos” es un tributo a Claudio y también, un cuestionamiento personal acerca de los valores históricos y éticos para redimir a la humanidad.

Creo que Claudio fue feliz. Cuando se enamoro de Bibiana y se casaron. Cuando escribía, estudiaba y pintaba se lo veía muy contento, contento de su propia producción, de su profesión. Gozaba profundamente de la vida, tenía una gran sensibilidad. Era muy tierno, apasionado e inteligente.

Fuimos compinches de aventuras artísticas jóvenes. Nos conectamos intelectualmente, sensualmente y nos respetamos. Lo extraño.

jueves, 15 de julio de 2010

Testimonio de Enrique Lynch

Conocí a Claudio Adur en el Colegio Nacional de Buenos Aires, cuando ambos éramos --él unos años menor que yo-- dos adolescentes inquietos, como muchos de los que estudiamos allí durante los años sesenta. Pero en realidad lo traté en los años posteriores a su salida del Colegio, cuando él estudiaba Historia del Arte en compañía de la que entonces era mi mujer, Estela Ocampo. Conocí también a su compañera Bibiana y recuerdo haber asistido a la boda de ambos en la casa de los Adur en Colegiales. Una fiesta espléndida en la que se habían desplegado alfombras por toda la casa para acomodar a los invitados y repartido grandes fuentes cargadas de delicias libanesas cocinadas por las mujeres de la familia. A Claudio lo llamaban "El Turco", apodo que él recibía con el ceño fruncido porque estaba muy orgulloso de su ascendencia libanesa.

Lo recuerdo como un chico delicado y sensible, demasiado delicado como para imaginarlo en la dura tarea del militante revolucionario en la que se embarcó hacia 1973, primero en la JUP de Filosofía y Letras y más tarde, hasta donde yo supe, en la JP. Sus ideas, como las de muchos jóvenes que se incorporaron de forma un tanto irreflexiva a la acción directa después del retorno de Perón, se fueron radicalizando en línea con las acciones espectaculares de la guerrilla argentina y desembocaron a comienzos de 1976 en la confrontación abierta con las Fuerzas Armadas. Recuerdo a Claudio desfilando marcialmente con sus compañeros delante de Gaspar Campos y recuerdo también una agria conversación, meses antes de que Estela y yo partiéramos al exilio, en la que el Turco defendía de forma intransigente y acalorada el enfrentamiento directo con el Ejército. Yo escuchaba sus opiniones radicales con escepticismo, tanto por lo que tocaba a la soberbia estratégica de Montoneros --ningún ejército clandestino consiguió sus objetivos en ninguna época-- como por lo que se refería a Claudio y Bibiana: él debía tener entonces 24 años y ella era una mujer muy menuda, lo más alejado que uno pudiera imaginar de una guerrillera.

Más verosímil que como militante me resulta la imagen del Turco enseñando historia del arte en el Centro de Estudios e Investigaciones Artísticas que él y Estela fundaron en 1975 en un pequeño local del centro de Buenos Aires. Allí hicieron sus primeras experiencias como enseñantes y dieron continuidad a su formación académica con un empeño y un entusiasmo por el arte y la cultura que resulta difícil encontrar en nuestros días.

La última noticia que tuvimos de Claudio fue una carta suya que recibimos en Barcelona (¿en octubre de 1976?) en la que nos reprochaba nuestro exilio por exagerado e improcedente: Claudio se equivocó pero, a la luz de su terrible destino, cuánto más me hubiese gustado haber sido yo el equivocado.

Testimonio de María Eugenia Ursi, compañera de estudios y militancia

Claudio – Turco

A Claudio primero lo conocí de nombre. Era el compañero aventajado y estudioso de mi hermana. Siempre estaba presente en las charlas de Susana, mi hermana, y de Bocha, amiga histórica del colegio, con la que empezó a estudiar Historia del Arte, cuando Filosofía y Letras funcionaba en la sede de Independencia.
La primera vez que lo ví fue en el comedor de mi casa. Sería en el ´70 ó ´71. Estaban rodeados de libros y apuntes, estudiando. ¡Al fin conocía al famoso Claudio! Y era rara esa escena de ver a mi hermana estudiando con un varón, habíamos ido toda nuestra vida a colegio de monjas, que entonces no eran mixtos (yo todavía estaba en el secundario). Supongo que para Susana y Bocha también era rara y novedosa esa escena.
Creo que al principio fue Claudio, el “Turco” vino poco después. Compañero de carrera se convirtió en compañero de militancia de Susana, a la que empecé a tener que llamar Mecha cuando estaba en su ambiente de facultad y militante. El Turco la había convencido, con razón, de que la JUP era mucho mejor que Encuadramiento, donde otros amigos la habían invitado a participar.
La JUP los reunía y ocupaba en otra instancia más allá del estudio, y se tornó en lo más apasionante de sus vidas.
El Turco siempre estuvo presente en anécdotas que él contaba de su familia, imágenes que yo iba armando sin conocerlos (una madre en vestido negro y collar de perlas, elegantísima, bajando la escalera de la casa para un cóctel de la embajada Sirio libanesa), o en relatos sobre su exquisitez y buen gusto, o sobre cómo lo había conmovido una exposición de pinturas, o las historias de sus amores empezados y rotos. Todos estos trocitos de Turco formaban parte de las noches de café, de cigarrillos Particulares y largas charlas. Así fue como me enteré que sufrió cuando se terminó su relación con Tiza y la celebración de todos cuando encontró a Nina. ¡El Turco estaba feliz de nuevo, y enamorado!
Fueron años de encuentros festivos en la quinta de los padres de Bocha, a los que me sumaba con fascinación, observando a esos militantes que disfrutaban del asado, la pileta y jugaban al juego de adivinar el personaje. La JUP de todo Filo se reunía a festejar el fin de año y el primero de enero se juntaban en una playa de Olivos. (Uno de mis primeros novios surgió de uno de esos encuentros de confraternización). ¡Y es que en la JUP se confraternizaba bastante! El amor se multiplicaba y expandía al compás de los bombos, las pintadas, la Evita Montonera y de los comunicados de prensa.
A través de ellos, de los estudiantes de Historia del Arte, me conecté con la pintura. El Fra Angelico y la perspectiva incipiente, casi infantil, me introducía en esa búsqueda de la imagen pictórica por lograr imitar la realidad, esa ilusión de profundidad naturalista y me producían mucha ternura. Turner comenzó a interesarme con sus cielos tormentosos, sus mares embravecidos, y esas sugerentes brumas venecianas tan bellas, que insinuaban una ciudad desde el mar abierto. Y fueron ellos los que inscribían mi interés por la pintura y una mirada diferente.
Los días de nubes muy gordas y espesas, esos en los que el sol se filtraba entre ellas, Susana decía: “Como dice el Turco, hoy es un día manierista”.
Ellos, además descubrieron los días peronistas y montoneros. Los días de movilizaciones, de construcción política, de reuniones interminables y de peleas entre agrupaciones. Los días de toma de la facultad fueron de una intensidad muy grande. Estaban peleando y defendiendo la universidad nacional y popular.
Esos días y ese amor por la justicia social y la esperanza revolucionaria, hicieron que me sumara a la militancia en 1974. Así fue como asistí a mi primera cita en el Blasón con la Hortensia como contraseña.
Los frentes de Teatro tenían sus dificultades por su falta de inserción territorial concreta y carencia de espacios de militancia estables. Así fue como pasé por varios grupos Juventud de Teatro Peronista, JUTEP. Del último de estos grupos, el Turco fue mi responsable.
Claudio ya había terminado la carrera. Carrera rápida y brillante porque fue un alumno excelente, según decían las chicas. Así que me producía mucha confianza compartir un espacio con él y un poco de vergüenza también. Yo era muy “pichi”, políticamente hablando, y él era un cuadro de conducción estudiantil.
Con esa JUTEP nos reuníamos en casas de compañeros a las que íbamos tabicados, para discutir documentos y analizar la política nacional y cultural. Pero queríamos salir al afuera, debíamos contactarnos con el pueblo para lograr el cambio revolucionario que soñábamos.
Fue así que empezamos a ensayar una obra sobre el desalojo, basada en un poema de Martí. Ensayábamos en la Escuela Nacional de Arte Dramático, que alguno consiguió no recuerdo cómo. Era un verano muy caluroso ese de 1975.
Corría el año. Perón se había muerto el año anterior y las tres A estaban en su apogeo de secuestros, torturas, asesinatos y persecución. Y nosotros ensayábamos una obra de teatro, ilusionados por tomar contacto con la gente en los barrios. Difícil meta en ese momento, los compañeros de la JP no podían transitar los barrios como lo habían hecho hasta entonces. Fue así que nuestro estreno y escasas funciones las hicimos en clubes de la comunidad judía allegada al partido comunista.
Las últimas reuniones del año fueron para planear pintadas callejeras. Ya se acercaba y se olía el golpe. Mi miedo fue más grande que mi compromiso y no me bancaba jugarme la vida por pintar una pared. Esa imagen de pintadas inconclusas en las calles me llenaban de espanto. Me abrí. Después supe que el Turco y Nina tampoco le encontraban sentido a la militancia en ese contexto y se alejaron de la agrupación.
En 1976 con la dictadura impuesta y en plena y brutal represión, un día me llamó mi hermana, asustadísima, debía irme de mi casa con urgencia. El Turco había caído y conocía la dirección. Lo habían ido a buscar a la casa que compartía con Nina y no se sabía nada de ellos. Habían pasado ya como quince días del secuestro cuando nos enteramos y nadie que el Turco conoció tuvo ningún problema.
El Turco y Nina no habían cantado decían los compañeros, que les perdonaban así el haberse alejado de la lucha. En esos años abandonar la militancia era cosa seria. Les daba mucha bronca a los que continuaban militando. Y los que nos íbamos lo hacíamos con mucha culpa.
Mi hermana y su marido, Marcelo (Mariano) desaparecieron el 7 de mayo de 1977. Un mes y diez días después que yo había dejado el país.
Ojalá la historia hubiese sido otra. Ojalá todos hubiesen dejado esa Argentina tan cruel e incomprensible. Ojalá que el Turco y Nina y Susana y Marcelo y María Luz y Jupito y Nela y Tomás y los treinta mil se hubiesen salvado del horror y la muerte. Seguramente habrían surgido mejores aires con la vuelta de la democracia.
A mi regreso, la foto de esos ojazos negros, de árabe, del Turco me acompañaron en muchas marchas. Supe que además de Claudio se llamaba César. Y fue otra ausencia que me pesaba y extrañaba.
Y ese llamado de Carla, la hija de su primo, y ese plan de estudio de la facultad que lleva el nombre de ellos, de los desaparecidos de Artes, y este homenaje a su memoria y a su obra, me llenan de alegría. La historia se va rearmando. La memoria se va rearmando con los trozos dispersos para recrear significación, para resistir al olvido y para que las nuevas generaciones sepan y puedan reconstruir el relato escamoteado durante tantos años. Y sobre todo puedan y quieran retomar la lucha desde un contexto diferente, pero recuperando la convicción de que los cambios son posibles, rescatando la vitalidad y la alegría de aquellos militantes.
Turco Adur, ¡presente!
Treinta mil compañeros desaparecidos ¡presentes!
¡Ahora y siempre!

lunes, 12 de julio de 2010

Testimonio de Guillermo Taboada, director de colección CEAL

Poco antes de su desaparición, Claudio estaba trabajando junto a su compañera Estela Ocampo en un fascículo sobre Arte Mestizo para la colección “Pueblos hombres y formas en el arte” que editaba desde 1975 el Centro Editor de América Latina. El trabajo estaba prácticamente listo pero no llegó a editarse. Como recuerda el director de la colección:

“El caso más triste, relacionado con esta serie, es el de Claudio Adur, un tipo muy inteligente, una lumbrera. Un día nos reunimos para tomar un café y hablar del fascículo que me tenía que entregar. Me trajo papeles y a mí me pareció que el trabajo sobre arte mestizo que había hecho era maravilloso, pero él me dijo que lo quería revisar; a la semana, cuando me lo tenía que entregar, no vino. Pasaba el tiempo y yo no podía averiguar qué había pasado, hasta que un día me encontré en la avenida Santa Fe con una antigua novia de él, que me contó todo: Adur había desaparecido junto con su esposa Bibiana Martini”

Guillermo Taboada (en Más libros para más. Colecciones del Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2008).

Testimonio de Carlos P. López Cepero, compañero del Nacional Buenos Aires

El 17 de diciembre de 1999 se reunió en el Aula Magna del Colegio la «Promo olvidada» del 69, que no había recibido aún sus diplomas. Con la asistencia de más de un centenar de ex alumnos y del Rector del Colegio, se realizó la ceremonia. Uno de los discurso fue una evocación de Claudio.

RELATO DE UN VIAJERO

Volví de este 22 de septiembre, ya 23 a las dos menos cuarto de la mañana. Qué hora. Recordé una tortilla que tenía de cena un 22 pero de agosto de 1976. En ese entonces a las dos menos cuarto de la madrugada empezó lo que fue para mí la noche más larga de mi vida. Aún hoy, cada mañana es la mañana saliente de aquella noche. Por eso palpo cada día tratando de descubrir la perla oculta que es ese día y que me dejará llegar al siguiente.
No fue así para muchos. No fue así para un compañero de mi división, que hoy no está, Claudio ADUR. Lo recuerdo como muy callado (cada uno registra una semblanza distinta y aún así era Claudio César Adur para todos). No sabemos lo que pasó, las circunstancias específicas, yo no lo sé. Hoy lo vi en una lista, en una placa de bronce, entre muchos, en el hall central de lo que fue sexto año en 1969. Estaba ahí su nombre.
Y pensé, pienso ahora luego de acercarle (acercarte Claudio algunas lágrimas que para algo están dentro nuestro). Pensé en ese momento que Claudio, Claudio César estaba en su casa, en esta casa. Estaba en el lugar que lo formó, en el que aleteó por primera vez sus sueños. En el lugar que lo abrigó durante seis años de su breve (más breve que la nuestra) existencia.
Estaba en su Colegio Nacional, en este Colegio que, aún los años pasados (muchos más de los vividos en él) nos congrega. Y yo me pregunto si nos reunimos nada más que para recordar años felices de nuestra juventud. No tengo una respuesta. Pero sé, eso sí, que hoy estamos reunidos gracias al Colegio Nacional de Buenos Aires. A sus profesores (¡cuánta enseñanza!, ¡cuán vasta!) a su estudio, a sus claustros, a sus pasillos y sus patios.
No fue casual nuestra llegada y pasaje por sus antros. Como que hoy no es casual que estemos reunidos por él, nuestro querido Colegio Nacional.
Yo te saludo querido Colegio. Yo te invoco presente Claudio César (y junto a ti a quienes no conocí pero están), Claudio César ADUR.

Yo te invoco y junto a tí en este momento,
en este colegio mi alma se esparce,
ya soy un todo mi querido Nacional Central,
no me separo, tus aulas son mis brazos,
tu memoria mi recuerdo.
El tiempo es un vuelo.
Y en ese vuelo navegamos
con tus luces como guía.
No somos más que tus alumnos


Carlos P. López Cepero (Promoción 1969)
23-9-1999

Testimonio de José Emilio Burucúa, docente FFyL

Recuerdo de Claudio Adur

Conocí a Claudio en agosto de 1972, cuando fue alumno de la comisión de trabajos prácticos que tenía a mi cargo en la cátedra de historia del arte del Renacimiento dictada por el profesor Adolfo Ribera. Desde la primera clase, el joven Adur demostró tener una inteligencia, una cultura y una sensibilidad fuera de lo común. Había leido casi toda la bibliografía antes de comenzar el curso y sus preguntas solían plantearme los mayores desafíos que yo hubiera conocido de boca de un estudiante. Un día, no recuerdo cómo, fuimos a parar al concepto de “espacio-baldaquino”, acuñado por Hans Sedlmayr para dar cuenta de la forma estructural y significativa más importante de la arquitectura bizantina. Planteé mis perplejidades al respecto y declaré no haber comprobado nunca la existencia real de aquella idea. Claudio había resuelto el problema en un sitio tan apartado de Bizancio y aledaños como Buenos Aires, pues me dijo: “Andá a la iglesia de San Jorge en la calle Canning, te encontrarás sin duda con el espacio-baldaquino”. Lo hice y conservo en la memoria la sensación de deleite que tuve al comprobar que los productos de la mente pueden acomodarse y explicar muy bien los objetos concretos en el mundo del arte. Asociaré siempre la remota comprobación de que veritas est adequatio intellectus et rei, también en nuestra disciplina, con la indicación certera de Claudio Adur.

Debo aclarar que me separaban de Claudio las opiniones políticas. Él era un militante de Juventud Universitaria Peronista, la figura más descollante de ese movimiento en la carrera de historia de las artes en la Facultad, y yo, como siempre, revistaba en las filas opuestas al peronismo. La JUP delegó en Claudio la proclama de sus intenciones respecto del estudio de las artes en la universidad, en la primera asamblea estudiantil-docente que se celebró dos o tres días después de que Cámpora asumiera el gobierno, a finales de mayo de 1973. Claudio estuvo duro y, en un momento, pareció desbocarse (digo “desbocarse” en relación con nuestros estándares de aquellos tiempos; hoy hubiera parecido un educadísimo diputado laborista de la oposición de Su Majestad). Tal vez, el muchacho exageró un poco, pues afirmó que quien no estuviera de acuerdo con el respaldo de los 6 millones de votos para realizar los cambios necesarios en la carrera de artes de la Facultad, debía irse del país. Me temo que ni entonces ni ahora se dirimen cuestiones tan graves en el marco de nuestra disciplina como para que alguien necesite abandonar por ello el terruño. De todas maneras, recuerdo el episodio más por lo que siguió que por lo que verdaderamente aconteció en un principio. Es posible que Claudio advirtiese el golpe que sus dichos habían propinado a muchos de los asistentes a la asamblea, yo entre ellos. Lo cierto es que, en mi caso, recibí una llamada telefónica de Claudio a casa y un delicadísimo pedido de disculpas por “los exabruptos verbales de un militante” (sic). El chico Adur demostraba ser un hombre sólido, bien educado, gentil, poseer otras cualidades más importantes que las de la inteligencia y la devoción por el estudio que yo le conocía desde un tiempo atrás. Fue una dicha verdadera conocerlo y apreciarlo en todas sus facetas.

Una tarde de abril de 1975, me topé con Claudio en la calle Esmeralda. Estaba pálido y más delgado que de costumbre. Me contó que, tras la intervención de Ivanissevich y Ottalagano, habían arrestado a varios militantes de la JUP, él mismo entre ellos. La policía los había aislado, desnudado y obligado a ponerse la ropa sobre la cabeza. Así los tuvieron horas incontables, mientras los observaban a través de las mirillas de las celdas. Claudio soportó esa tortura sutil hasta que alguien abrió la puerta, le ordenó vestirse y lo dejó irse en el fresco de la noche. No atiné a decir más que palabras de compromiso, quedé helado frente a lo sucedido y, más aún, frente a lo que vislumbraba en el futuro. La segunda vez que la policía o quien sea detuvo a Claudio, el muchacho fino, lleno de saber y de bonhomía algo tímida, no fue empujado a salir a ninguna noche, ni siquiera a ninguna intemperie, de las que podemos conocer en este mundo.

José Emilio Burucúa